Pero la eternidad se acabó en el tercer curso.
Le dije que qué sentido tendría la eternidad si ella no la disfrutaba conmigo.
-Si no estuviera contigo el tiempo me parecería una eternidad –le susurré una vez al oído-.
Y fui inmortal hasta que cumplí treinta y un años, en julio.
Nunca antes caí en la cuenta de que, llegado el momento, habitamos sólo en el olvido.
O en la memoria que no es más que decir olvido: viviendo en el recuerdo de otro o en las palabras de otro.
Me pregunto a qué viene todo eso de recurrir a la eternidad para expresar el máximo valor de algo, si la eternidad no es más que olvido: un recuerdo que aparece de pronto un día de primavera.
La próxima vez que tenga delante a alguien a quien amar no le diré que le amaré hasta la eternidad.
Le diré que cuando al fin habite en el olvido venga a visitarme cualquier día de primavera.
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